LA GRAN PROMESA
Además de estas once promesas muy queridas al cristiano, hay una más, hecha en el 1674. Es la duodécima y es la comúnmente llamada la “Gran Promesa” porque es un resumen de todas las demás. Y precisamente de ésta debemos hablar. Mientras la piadosa Religiosa experimentaba dulcísima éxtasis, recogida e inmóvil, con los brazos cruzados sobre el pecho, su rostro irradiado por una llama interior, una luz celestial, vista por ella solamente, sombreó el altar y ella vio al Adorable Salvador en el acto de mostrarle su Corazón. Estaba este divino Corazón revestido por llamas, rodeado por una corona de espinas, traspasado por una profunda herida goteando sangre, sobrepujado por una cruz.
Margarita... –así le habló Jesús– Yo te prometo en el exceso de misericordia de mi Corazón, que mi amor todopoderoso concederá a aquellos que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos... la gracia de la Penitencia final; ellos no morirán en mi desgracia, ni sin recibir los Santos Sacramentos, siéndoles mi Corazón refugio seguro en aquella hora postrera.
SIGNIFICADO DE LA GRAN PROMESA
Como dice el Vermeersch, el texto de la “Gran Promesa” tuvo varias explicaciones, pero no todas en su justo sentido. En efecto algunos aprueban sólo la práctica recomendada y anulan la promesa.
Otros, mirando a la inmensidad del beneficio, sienten la necesidad de atenuarlo y que entienden decir, que no morirán en su desgracia, los que no cayeron en ella; y que la Santa Comunión da sólo una mayor esperanza; pero éstos quitan por completo la especialidad de la promesa.
Otros, después creen en el sentido literal que es como sigue: “Los que comulgaren el primer Viernes del mes, por nueve meses seguidos, con las debidas disposiciones, obtendrán con seguridad la gracia de la perseverancia final”. Por lo tanto, los que se esforzaren en satisfacer las condiciones requeridas, están moralmente seguros de su eterna salvación.
Ahora esta sentencia debe ser preferida a cualquier otra, porque ésta sola demuestra el valor infinito de la Gran Promesa como ella tiene en el texto de la Santa.
Del mismo modo queda explicado por qué N. Señor hable de la Gran Promesa como de un exceso de su misericordia y de un triunfo de su amor omnipotente.
Sin la gracia de Dios, no podemos perseverar en la justicia; y aunque Dios conceda a todos las gracias suficientes para salvarse, no quiere decir que Él no pueda conceder aquellas más eficaces, y hacer esto en virtud de una promesa.
Como la promesa de Jesucristo de conducir la Iglesia al triunfo final, nos asegura tal cosa, así la Gran Promesa puede garantizar la buena muerte. Puesto que la gracia puede triunfar de la debilidad y de la obstinación humana, así puede evitar la presunción futura y el endurecimiento en el pecado. Al decir de Milani no se sabe explicar cómo esta promesa tan extraordinaria, haya quedado oculta hasta el 1869, en que el P. Franuori empezó a difundirla. Se temía quizás no poderla sostener teológicamente o que los fieles abusaran de ella. Se pudo comprobar que no había razón de temer, puesto que los fieles logran siempre nuevo fervor; mientras los más sabios teólogos la demuestran conforme a los principios de la doctrina católica.
N. Señor después de haber revelado a su sierva lo que se refería al culto de su Divino Corazón, quiso que las distintas partes de esta Devoción se desarrollaran según las necesidades. En efecto las revelaciones sucedieron entre el año 1673 y 1691; y la fiesta del Sagrado Corazón fue concedida a la Francia en el año 1765, y sólo Pío XI concedió mayor desarrollo litúrgico. Así la práctica del primer Viernes del mes fue introducida en seguida después de las primeras revelaciones; mientras aquella de los nueve primeros Viernes, “La Gran Promesa” empezó al terminar el siglo XIX, tiempo en que reinaba la incredulidad y se quería destruir la Iglesia y el Papado, y era necesario dar nuevo fervor a la vida cristiana e inflamar los corazones de puro amor; infundiéndoles mayor fuerza y confianza. Precisamente en ese tiempo, Jesucristo recordó al mundo su Gran Promesa.
Después de las revelaciones a Sta. Margarita María Alacoque, en el corazón de personas pías y generosas, relumbró como un incendio de amor, que, con toda la energía de sus almas y desafiando el escarnio, los insultos y las persecuciones del mundo, de este enemigo de Dios y de los Santos, empezaron a predicar el amor de Jesús, el culto debido a su Sacratísimo Corazón, y con palabras llenas de amor divino estigmatizaron la ingratitud humana...
Su voz fue escuchada, y el Corazón de Jesús vio aumentar cada año más, fiel y generosa correspondencia en siempre mayor número de corazones; y ahora es el objeto de los deseos, de las aspiraciones, del amor de todo buen cristiano.
FUNDAMENTO DE LA GRAN PROMESA
No obstante, no se debe creer que la devoción al Sagrado Corazón se apoye exclusivamente en las revelaciones hechas a Santa Margarita Alacoque. Ya existía en el seno de la Iglesia; era el culto de Jesucristo, Hombre–Dios. Se apoya sobre bases aún más firmes y sólidas, o sea sobre la misma infalibilidad de la Iglesia, que nos la propone. Las revelaciones particulares que Dios hace a los Santos, no pueden de ordinario admitirse prudentemente sino después del juicio de la Iglesia. Pero, cuando ella ha pronunciado este juicio, nada más nos debe detener en creer; porque la Iglesia, por una parte nos enseña (y en esto su juicio es infalible), que nada hay en ella que se oponga a la doctrina católica; y por otra aunque no nos obligue a admitirlas, como cosas divinas, nos asegura poderlas acoger prudentemente; y esto sólo después de haber examinado extenso, minuciosa y rigurosamente, después de haber buscado y hallado las pruebas más auténticas y seguras.
Esta Maestra infalible estableció realmente un riguroso proceso también para la devoción al Sagrado Corazón, y después de haber reconocido las revelaciones como auténticas se sirvió de ellas para suscitar mayor devoción hacia el Sagrado Corazón, e inculcar con mayor eficacia a la que ya existía del Hombre–Dios dándole nueva forma.
Así con su autoridad la confirmó solemnemente asegurándonos al mismo tiempo de la estabilidad y excelencia de esta devoción.
La forma dudosa en que fue expresada por la Santa, no puede poner en duda la promesa, porque ella no manifiesta más que su perfecta obediencia a la Superiora que le impuso no hablara de sus revelaciones que en forma dudosa.
La canonización de una persona prueba la integridad de la persona y el juicio de aprobación atestigua que en sus escritos no hubo nada de contrario a la fe, a la moral y a la piedad. La Gran Promesa fue examinada por teólogos sumos y fue aceptada, tanto que Benedicto XV el 13 de mayo de 1920 quiso insertarla en la Bula de canonización de la Santa. Y esta inserción, es cierto la prueba más hermosa de la autenticidad de la Gran Promesa.
LA GRAN PROMESA
Además de estas once promesas muy queridas al cristiano, hay una más, hecha en el 1674. Es la duodécima y es la comúnmente llamada la “Gran Promesa” porque es un resumen de todas las demás. Y precisamente de ésta debemos hablar. Mientras la piadosa Religiosa experimentaba dulcísima éxtasis, recogida e inmóvil, con los brazos cruzados sobre el pecho, su rostro irradiado por una llama interior, una luz celestial, vista por ella solamente, sombreó el altar y ella vio al Adorable Salvador en el acto de mostrarle su Corazón. Estaba este divino Corazón revestido por llamas, rodeado por una corona de espinas, traspasado por una profunda herida goteando sangre, sobrepujado por una cruz.
Margarita... –así le habló Jesús– Yo te prometo en el exceso de misericordia de mi Corazón, que mi amor todopoderoso concederá a aquellos que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos... la gracia de la Penitencia final; ellos no morirán en mi desgracia, ni sin recibir los Santos Sacramentos, siéndoles mi Corazón refugio seguro en aquella hora postrera.
SIGNIFICADO DE LA GRAN PROMESA
Como dice el Vermeersch, el texto de la “Gran Promesa” tuvo varias explicaciones, pero no todas en su justo sentido. En efecto algunos aprueban sólo la práctica recomendada y anulan la promesa.
Otros, mirando a la inmensidad del beneficio, sienten la necesidad de atenuarlo y que entienden decir, que no morirán en su desgracia, los que no cayeron en ella; y que la Santa Comunión da sólo una mayor esperanza; pero éstos quitan por completo la especialidad de la promesa.
Otros, después creen en el sentido literal que es como sigue: “Los que comulgaren el primer Viernes del mes, por nueve meses seguidos, con las debidas disposiciones, obtendrán con seguridad la gracia de la perseverancia final”. Por lo tanto, los que se esforzaren en satisfacer las condiciones requeridas, están moralmente seguros de su eterna salvación.
Ahora esta sentencia debe ser preferida a cualquier otra, porque ésta sola demuestra el valor infinito de la Gran Promesa como ella tiene en el texto de la Santa.
Del mismo modo queda explicado por qué N. Señor hable de la Gran Promesa como de un exceso de su misericordia y de un triunfo de su amor omnipotente.
Sin la gracia de Dios, no podemos perseverar en la justicia; y aunque Dios conceda a todos las gracias suficientes para salvarse, no quiere decir que Él no pueda conceder aquellas más eficaces, y hacer esto en virtud de una promesa.
Como la promesa de Jesucristo de conducir la Iglesia al triunfo final, nos asegura tal cosa, así la Gran Promesa puede garantizar la buena muerte. Puesto que la gracia puede triunfar de la debilidad y de la obstinación humana, así puede evitar la presunción futura y el endurecimiento en el pecado. Al decir de Milani no se sabe explicar cómo esta promesa tan extraordinaria, haya quedado oculta hasta el 1869, en que el P. Franuori empezó a difundirla. Se temía quizás no poderla sostener teológicamente o que los fieles abusaran de ella. Se pudo comprobar que no había razón de temer, puesto que los fieles logran siempre nuevo fervor; mientras los más sabios teólogos la demuestran conforme a los principios de la doctrina católica.
N. Señor después de haber revelado a su sierva lo que se refería al culto de su Divino Corazón, quiso que las distintas partes de esta Devoción se desarrollaran según las necesidades. En efecto las revelaciones sucedieron entre el año 1673 y 1691; y la fiesta del Sagrado Corazón fue concedida a la Francia en el año 1765, y sólo Pío XI concedió mayor desarrollo litúrgico. Así la práctica del primer Viernes del mes fue introducida en seguida después de las primeras revelaciones; mientras aquella de los nueve primeros Viernes, “La Gran Promesa” empezó al terminar el siglo XIX, tiempo en que reinaba la incredulidad y se quería destruir la Iglesia y el Papado, y era necesario dar nuevo fervor a la vida cristiana e inflamar los corazones de puro amor; infundiéndoles mayor fuerza y confianza. Precisamente en ese tiempo, Jesucristo recordó al mundo su Gran Promesa.
Después de las revelaciones a Sta. Margarita María Alacoque, en el corazón de personas pías y generosas, relumbró como un incendio de amor, que, con toda la energía de sus almas y desafiando el escarnio, los insultos y las persecuciones del mundo, de este enemigo de Dios y de los Santos, empezaron a predicar el amor de Jesús, el culto debido a su Sacratísimo Corazón, y con palabras llenas de amor divino estigmatizaron la ingratitud humana...
Su voz fue escuchada, y el Corazón de Jesús vio aumentar cada año más, fiel y generosa correspondencia en siempre mayor número de corazones; y ahora es el objeto de los deseos, de las aspiraciones, del amor de todo buen cristiano.
FUNDAMENTO DE LA GRAN PROMESA
No obstante, no se debe creer que la devoción al Sagrado Corazón se apoye exclusivamente en las revelaciones hechas a Santa Margarita Alacoque. Ya existía en el seno de la Iglesia; era el culto de Jesucristo, Hombre–Dios. Se apoya sobre bases aún más firmes y sólidas, o sea sobre la misma infalibilidad de la Iglesia, que nos la propone. Las revelaciones particulares que Dios hace a los Santos, no pueden de ordinario admitirse prudentemente sino después del juicio de la Iglesia. Pero, cuando ella ha pronunciado este juicio, nada más nos debe detener en creer; porque la Iglesia, por una parte nos enseña (y en esto su juicio es infalible), que nada hay en ella que se oponga a la doctrina católica; y por otra aunque no nos obligue a admitirlas, como cosas divinas, nos asegura poderlas acoger prudentemente; y esto sólo después de haber examinado extenso, minuciosa y rigurosamente, después de haber buscado y hallado las pruebas más auténticas y seguras.
Esta Maestra infalible estableció realmente un riguroso proceso también para la devoción al Sagrado Corazón, y después de haber reconocido las revelaciones como auténticas se sirvió de ellas para suscitar mayor devoción hacia el Sagrado Corazón, e inculcar con mayor eficacia a la que ya existía del Hombre–Dios dándole nueva forma.
Así con su autoridad la confirmó solemnemente asegurándonos al mismo tiempo de la estabilidad y excelencia de esta devoción.
La forma dudosa en que fue expresada por la Santa, no puede poner en duda la promesa, porque ella no manifiesta más que su perfecta obediencia a la Superiora que le impuso no hablara de sus revelaciones que en forma dudosa.
La canonización de una persona prueba la integridad de la persona y el juicio de aprobación atestigua que en sus escritos no hubo nada de contrario a la fe, a la moral y a la piedad. La Gran Promesa fue examinada por teólogos sumos y fue aceptada, tanto que Benedicto XV el 13 de mayo de 1920 quiso insertarla en la Bula de canonización de la Santa. Y esta inserción, es cierto la prueba más hermosa de la autenticidad de la Gran Promesa.