¡OH ESPÍRITU SANTO! ¡Señor de la luz!
Desde tu clara altura celestial
Tu resplandor puro y radiante da.
¡Ven, Padre de los pobres!
¡Ven, con tesoros que perduran!
¡Ven, luz de todos los que viven!
Tú, el mejor de todos los Consoladores,
Visitando el pecho turbado,
Otorga paz refrescante.
Tú en el trabajo eres el dulce consuelo,
Agradable frescor en el calor,
Consuelo en medio de la aflicción.
¡Luz inmortal! ¡Luz Divina!
Visita estos corazones tuyos,
Y nuestro ser más íntimo se llena.
Si quitas tu gracia,
Nada puro en el hombre permanecerá;
Todo su bien se convierte en mal.
Sana nuestras heridas, renueva nuestras fuerzas;
Sobre nuestra sequedad, derrama tu rocío;
Lava las manchas de culpa.
Dobla el corazón y la voluntad obstinados;
Derretir el helado, calentar el frío;
Guía los pasos que se desvían.
Tú, sobre los que siempre
Te confiesas y te adoras,
En Tus siete dones descienden.
Dales consuelo cuando mueran;
Dales vida contigo en las alturas;
Dales alegrías que nunca terminan.
Amén.
Desde tu clara altura celestial
Tu resplandor puro y radiante da.
¡Ven, Padre de los pobres!
¡Ven, con tesoros que perduran!
¡Ven, luz de todos los que viven!
Tú, el mejor de todos los Consoladores,
Visitando el pecho turbado,
Otorga paz refrescante.
Tú en el trabajo eres el dulce consuelo,
Agradable frescor en el calor,
Consuelo en medio de la aflicción.
¡Luz inmortal! ¡Luz Divina!
Visita estos corazones tuyos,
Y nuestro ser más íntimo se llena.
Si quitas tu gracia,
Nada puro en el hombre permanecerá;
Todo su bien se convierte en mal.
Sana nuestras heridas, renueva nuestras fuerzas;
Sobre nuestra sequedad, derrama tu rocío;
Lava las manchas de culpa.
Dobla el corazón y la voluntad obstinados;
Derretir el helado, calentar el frío;
Guía los pasos que se desvían.
Tú, sobre los que siempre
Te confiesas y te adoras,
En Tus siete dones descienden.
Dales consuelo cuando mueran;
Dales vida contigo en las alturas;
Dales alegrías que nunca terminan.
Amén.